REFLEXIÓN

Por Moisés C. Pérez Sánchez

Quiero compartir un par de relatos que vienen muy ad hoc para esta semana y me refiero a la Semana Santa. Lejos de hacer una interpretación filosófica o teológica, mi propósito es meramente narrativo, el cual nos puede favorecer a un momento de introspección de nosotros mismos y olvidarnos por un poco de la acción política; mi atrevimiento se basa prácticamente en que la población de nuestro municipio es mayoritariamente creyente, con un alto nivel de catolicismo, de hombres y mujeres de buena voluntad.

Iniciamos: “Había un hombre rico que se vestía con ropa finísima y comía regiamente todos los días. Había también un pobre, llamado Lázaro, todo cubierto de llagas, que estaba tendido a la puerta del rico. Hubiera deseado saciarse con lo que caía de la mesa del rico, y hasta los perros venían a lamerle las llagas. Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles al cielo junto a Abraham. También murió el rico y lo sepultaron.

Estando en el infierno, en medio de los tormentos, el rico levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro con él en su regazo. Entonces grito ¨Padre Abraham, ten piedad de mí, y manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me atormentan estas llamas¨. Abraham le respondió ¨Hijo, recuerda que tú recibiste tus bienes durante la vida, mientras que Lázaro recibió males. Ahora él encuentra aquí consuelo y tú, en cambio, tormentos. Además, entre ustedes y nosotros hay un abismo tremendo, de tal manera que los que quieran cruzar desde aquí hasta ustedes no pueden hacerlo, y tampoco lo pueden hacer del lado de ustedes al nuestro¨.

El otro replicó: ¨Entonces te ruego, padre Abraham, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, a mis cinco hermanos: que vaya a darles su testimonio para que no vengan también ellos a parar a este lugar de tormento¨. Abraham le contestó: ¨Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen¨. El rico insistió: ¨No lo harán, padre Abraham; pero si alguno de entre los muertos fuera donde ellos, se arrepentirían¨.

Abraham le replicó: ¨Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos, no se convencerán¨” (Lucas 16, 19-31).

Veamos algo nuevo: “Es verdad que una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordemos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos. Hoy podemos reconocer que ¨nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido sabor de la fraternidad¨.

Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén ¨los otros¨, sino sólo un ¨nosotros¨. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado.

Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío. El ¨sálvese quien pueda¨ se traducirá rápidamente en el ¨todos contra todos¨, y eso será peor que una pandemia.

Las personas pueden desarrollar algunas actitudes que presentan como valores morales: fortaleza, sobriedad, laboriosidad y otras virtudes. Pero para orientar adecuadamente los actos de las distintas virtudes morales, es necesario considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia otras personas. Ese dinamismo es la caridad que Dios infunde. De otro modo, quizás tendremos sólo apariencia de virtudes que serán incapaces de construir la vida en común. San Buenaventura, explicaba que las otras virtudes, sin la caridad, estrictamente no cumplen los mandamientos ¨como Dios los entiende¨.

La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es ¨el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana¨. Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar” (Fratelli Tutti).

Para redondear: “Soy vecino de este mundo por un rato y hoy coincide que también tú estás aquí, coincidencias tan extrañas de la vida, tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir” (varios). Al tiempo…

***

“Las opiniones vertidas en este espacio son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de Imaginario Social”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *